Annabel Lee

Annabel Lee

miércoles, 20 de abril de 2011

El cuento de la Ayalga.

Las Ayalgas  son ninfas hechizadas que ocultan inmensos tesoros. Debido al hechizo, tienen la capacidad de entenderse con plantas y animales. Son jóvenes y hermosas, su cabellera es larga y rubia y viven en palacios o castillos ruinosos, algunas en cuevas, dónde  albergan grandes riquezas, las cuales están custodiadas por un Cuélebre. Para entrar al castillo es preciso conocer donde está la entrada, que puede estar en alguna ruina, en algún tronco.... pero siempre escondida para no poder ser localizada a simple vista.

En la noche de San  Juan  se dejan ver en forma de fuego en espera del valiente joven que se acerque y las apague con una rama de sauce, cuyas cenizas se transforman entonces en  la bella ninfa.


Pero yo quiero contar hoy la historia de una Ayalga especial, quizás la más bella de todas las de su especie, aunque  sin duda la más melancólica. 
Vivía recluida en una cueva  lejana de todo ser vivo, apenas veía pasar algún ave rapaz de vez en cuando, o la visitaban los murciélagos las noches de verano, pero estos son seres parcos en conversación, y la linda ninfa languidecía por días. Harta de contemplar las piedras preciosas que el cuélebre custodiaba con más celo que  su propia vida, en una ocasión probó a añadir cuentas de esmeraldas y rubíes a sus coronas de flores silvestres y el resultado la satisfizo.
Un nuevo objetivo tenía en su vida: hacer coronas, gargantillas, anillos y broches  con aquellos minerales que yacían amontonados en grandes y roñosos baúles sin que nadie pudiera disfrutar de su belleza esplendorosa o beneficiarse de su valor incalculable. Aunque poco tardó nuestra deidad en darse cuenta de que, con forma o no, si nadie podía verlos, el valor de sus hermosos adornos  era similar al de  las telarañas del rincón más profundo de su cueva. Así pues,  en poco tiempo volvió a caer en la más absoluta desidia  y su espíritu oscurecía como oscuros eran sus aposentos.
El cuélebre se apiadó de la Ayalga y decidió dejarle ir allá, a la costa del mar del norte, el Cantábrico, a pasar la noche de San Juan  en las ruinas de una vieja casona en la playa, junto a otras jóvenes hadas que esa noche festejaban  el solsticio de verano mezclándose con el gentío y las hogueras, tomando forma de llama.

Quiso que esa noche, además de descubrir la humanidad y el mar, oyera un son un millón de veces más agradable que el de los cuervos al atardecer: la música.
Flautas, panderetas y un magnetofón del que salían las más fascinantes voces celestiales que un ser puede imaginar cautivaron su espíritu melancólico para siempre. Además, por estos nueve cantores de origen celta, supo que había en la Tierra hombres y mujeres y supo además lo que significaba tener hermanos.

Con todo esto comprendió que no podía regresar a su cueva allá, en lo alto de las montañas. Así que se propuso huir y, cuando  un  intrépido joven armado con ramas de roble consiguió apagar su llama, ella se agarró fuerte a la blusa del sorprendido muchacho y consiguió así convertirse en una mortal normal.

Aunque, por más que  intenta disimular, la delatan  su tremenda belleza, su amabilidad y su simpatía.
Con el tiempo se  ha convertido en una artesana de gran prestigio y ha colmado de coronas de flores y cuentas de cristal las cabezas de las jóvenes que más que amigas, son como sus hermanas. Y eso tiene mucho mérito porque, dicho de paso, las coronas son  poco prácticas y de poca utilidad entre los seres humanos, pero ella ha conseguido que todas suspiremos por una de sus piezas únicas, ¿quién si no un hada sería capaz de tal logro?

Persiguió a los hermanos trovadores que la cautivaron allende los mares hasta conseguir  que ellos supieran de su existencia, aunque con una personalidad tan arrebatadora y una belleza tan particular  poco le costó a la Ayalga conseguir de vuelta una sonrisa y una palabra de admiración de sus ídolos.

Por supuesto, ahora vive en una casita pintada de blanco con vistas al mar, donde guarda sus tesoros con más empeño que las joyas que dejó en la cueva. 
A veces añora el Cuélebre, aunque ahora posee un gato. 
Dicen que se cortó el flequillo y se tiño el pelo de negro, tal vez para no ser encontrada por los de su especie. 
Yo tengo la suerte de conocerla, se llama Laura.

2 comentarios:

  1. no tengo palabras.....una vez mas sumergida en el arte no solo con de tus pinceles si no de tus palabras... Gracias!!

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  2. Eres fácilmente impresionable, boba, a cualquier cosa llamas arte. Yo me limito a contar la verdad y a pintar lo que veo, así de fácil, jejejejeje.

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