Annabel Lee

Annabel Lee

viernes, 20 de mayo de 2011

La libélula.

LIBÉLULA
La libélula es un ángel caído en desgracia
que doma – incansable – el aire arisco.

La libélula es hija del helicóptero y la abeja ,
curiosísima aventura.

Cuando nos presta sus ojos
podemos ver – en el día – las estrellas
que azulean.

Con el más leve sonido,
en las paredes de yeso
su escasa sombra aterra.





Poema de Vadik Barrón

martes, 17 de mayo de 2011

El hada de los pájaros.

Existe un hada cuyo hombre desconozco que me produce gran simpatía. 
Es la más solitaria de las hadas, no gusta de rodearse de otras ninfas ni mucho menos de seres humanos, sin embargo siente verdadera predilección por las aves, más concretamente por  los pajaritos. 
Cuida de ellos cuando sus progenitores buscan alimento, protegiéndolos de las inclemencias del clima y de otros depredadores. 
Los pájaros gustan de cobijarse entre sus cabellos y la deleitan con dulces trinos.
Sin embargo, a diferencia de otras hadas, el hada de los pájaros no posee alas. Sueña con ser una sílfide y convertirse en brisa para así dar largos paseos rodeada de aves, pero se conforma con cuidarlos en los bosques y con pasar los ratos de vigilia cepillando su larga cabellera cuyo  pelo de color azul recuerda el azul del cielo. Está tan atareada con sus polluelos que poco tiempo le resta para delirios y ensoñaciones, siendo así una de las hadas más felices de este universo, a pesar de su mirada triste...

miércoles, 20 de abril de 2011

El cuento de la Ayalga.

Las Ayalgas  son ninfas hechizadas que ocultan inmensos tesoros. Debido al hechizo, tienen la capacidad de entenderse con plantas y animales. Son jóvenes y hermosas, su cabellera es larga y rubia y viven en palacios o castillos ruinosos, algunas en cuevas, dónde  albergan grandes riquezas, las cuales están custodiadas por un Cuélebre. Para entrar al castillo es preciso conocer donde está la entrada, que puede estar en alguna ruina, en algún tronco.... pero siempre escondida para no poder ser localizada a simple vista.

En la noche de San  Juan  se dejan ver en forma de fuego en espera del valiente joven que se acerque y las apague con una rama de sauce, cuyas cenizas se transforman entonces en  la bella ninfa.


Pero yo quiero contar hoy la historia de una Ayalga especial, quizás la más bella de todas las de su especie, aunque  sin duda la más melancólica. 
Vivía recluida en una cueva  lejana de todo ser vivo, apenas veía pasar algún ave rapaz de vez en cuando, o la visitaban los murciélagos las noches de verano, pero estos son seres parcos en conversación, y la linda ninfa languidecía por días. Harta de contemplar las piedras preciosas que el cuélebre custodiaba con más celo que  su propia vida, en una ocasión probó a añadir cuentas de esmeraldas y rubíes a sus coronas de flores silvestres y el resultado la satisfizo.
Un nuevo objetivo tenía en su vida: hacer coronas, gargantillas, anillos y broches  con aquellos minerales que yacían amontonados en grandes y roñosos baúles sin que nadie pudiera disfrutar de su belleza esplendorosa o beneficiarse de su valor incalculable. Aunque poco tardó nuestra deidad en darse cuenta de que, con forma o no, si nadie podía verlos, el valor de sus hermosos adornos  era similar al de  las telarañas del rincón más profundo de su cueva. Así pues,  en poco tiempo volvió a caer en la más absoluta desidia  y su espíritu oscurecía como oscuros eran sus aposentos.
El cuélebre se apiadó de la Ayalga y decidió dejarle ir allá, a la costa del mar del norte, el Cantábrico, a pasar la noche de San Juan  en las ruinas de una vieja casona en la playa, junto a otras jóvenes hadas que esa noche festejaban  el solsticio de verano mezclándose con el gentío y las hogueras, tomando forma de llama.

Quiso que esa noche, además de descubrir la humanidad y el mar, oyera un son un millón de veces más agradable que el de los cuervos al atardecer: la música.
Flautas, panderetas y un magnetofón del que salían las más fascinantes voces celestiales que un ser puede imaginar cautivaron su espíritu melancólico para siempre. Además, por estos nueve cantores de origen celta, supo que había en la Tierra hombres y mujeres y supo además lo que significaba tener hermanos.

Con todo esto comprendió que no podía regresar a su cueva allá, en lo alto de las montañas. Así que se propuso huir y, cuando  un  intrépido joven armado con ramas de roble consiguió apagar su llama, ella se agarró fuerte a la blusa del sorprendido muchacho y consiguió así convertirse en una mortal normal.

Aunque, por más que  intenta disimular, la delatan  su tremenda belleza, su amabilidad y su simpatía.
Con el tiempo se  ha convertido en una artesana de gran prestigio y ha colmado de coronas de flores y cuentas de cristal las cabezas de las jóvenes que más que amigas, son como sus hermanas. Y eso tiene mucho mérito porque, dicho de paso, las coronas son  poco prácticas y de poca utilidad entre los seres humanos, pero ella ha conseguido que todas suspiremos por una de sus piezas únicas, ¿quién si no un hada sería capaz de tal logro?

Persiguió a los hermanos trovadores que la cautivaron allende los mares hasta conseguir  que ellos supieran de su existencia, aunque con una personalidad tan arrebatadora y una belleza tan particular  poco le costó a la Ayalga conseguir de vuelta una sonrisa y una palabra de admiración de sus ídolos.

Por supuesto, ahora vive en una casita pintada de blanco con vistas al mar, donde guarda sus tesoros con más empeño que las joyas que dejó en la cueva. 
A veces añora el Cuélebre, aunque ahora posee un gato. 
Dicen que se cortó el flequillo y se tiño el pelo de negro, tal vez para no ser encontrada por los de su especie. 
Yo tengo la suerte de conocerla, se llama Laura.

martes, 19 de abril de 2011

Las Dríades.

Las Dríades son las hadas del bosque. En griego "dríade" significa “espíritu de los árboles”. 
Desde que nacen, las Dríades establecen un lazo inseparable con un árbol particular. Según la mitología celta, casi siempre se trata de robles.
Aunque no son inmortales, al igual que las Ninfas, estos seres pueden disfrutar de una vida sumamente longeva. Sin embargo, cuando el árbol elegido muere, ellas están condenadas a compartir su mismo destino.
Es por esta razón que estas deidades infligen un duro castigo a los humanos que destruyen los bosques sin antes ofrecer una dádiva a las hadas.

Como toda hada,  tienen aspecto humanoide, femenino y bello. De mirada cautivadora e inquietante sonrisa. Tal vez por vanidad,  gustan de adornar su larga melena con hojas o flores y bailar al son del canto de los pájaros. Son seres solitarios, no más de un par de veces al año suelen reunirse con sus congéneres las Ninfas, las Sílfides, las Namias, las Sirenas...  y aún menos se juntan con los Duendes y los Elfos; pero cuando los humanos irrumpen en su bosque no pueden dejar de seguirlos, observarlos e incluso fastidiarlos, pues es bien conocido por todos su carácter travieso.
En cambio a aquellos que adoramos la naturaleza  y creemos en ellas, nos deleitan con sus danzas y sonrisas, nos ofrendan collares de frutos secos y piedras preciosas, coronas de flores y macedonia de fruta; aunque es cierto que ellas tampoco rechazan una ofrenda. 

La próxima vez que vaya al bosque puede que pida a Laura, la artesana de Los Tesoros de la Ayalga, que me haga un par de coronas por si acaso.
 Edgar Allan Poe

(Boston, 1809 - Baltimore, 1849)



Annabel Lee 


Fue hace muchos, muchos años,
     en un reino junto al mar,

vivía allí una doncella a quien debéis conocer
     por el nombre de Annabel Lee;
y esta doncella vivía sin otro pensamiento
     que amar y ser amada por mí.



Ella era una niña y yo era un niño, 
     en aquel reino junto al mar,
pero nos amábamos con un amor que era más que amor,
     yo, y mi Annabel Lee,
con un amor que los alados ángeles del Cielo
     codiciaban de ella y de mí.



Y fue ésta la razón de que, hace muchos años,
     en aquel reino junto al mar,
un viento surgiese de una oscura nube en la noche
     helando a mi Annabel Lee;
llegaron así sus parientes de alta cuna
     y me la arrebataron,
para silenciarla en una tumba
     en aquel reino junto al mar.



Lo ángeles, ni la mitad de felices en el Cielo,
     nos envidiaban a ella y a mí;
¡sí!, ésa fue la razón (como todos los hombres saben,
     en aquel reino junto al mar)
de que el viento surgiese de la nube, helando
     y matando mi Annabel Lee.



Pero era nuestro amor, con mucho, más fuerte que el amor
     de quienes eran mayores que nosotros,
     de muchos más cuerdos que nosotros,
y ningún ángel allá arriba en el Cielo
     ni allá abajo los demonios bajo el mar,
separarán jamás mi alma del alma
     de la hermosa Annabel Lee;


Pues la luna nunca irradia sin traerme sueños
     de la hermosa Annabel Lee;
ni brilla una estrella sin que yo vea los 
brillantes
 ojos 
     de la hermosa Annabel Lee;
y así, en el curso de la noche, yazgo acostado al lado
de mi amada, mi amada, mi vida, mi novia,
     en su sepulcro allá junto al mar,
     en su tumba junto al rumoroso mar.